Antiguamente se nos educaba solamente para buscar un buen marido, cocinar, lavar, limpiar, remendar y parir. Aparte, la iglesia nos catalogaba como seres sin alma, por lo que no nos reconocía ningún derecho.
Con el avance de la sociedad, las mujeres logramos que se nos reconociera el derecho a votar, luego accedimos a una formación académica, logramos ser profesionales y entramos al mundo laboral. Avanzamos en la adquisición, no sin luchar, de derechos fundamentales.
Hoy, en el siglo veintiuno hay derechos que, sectores fundamentalistas, no nos dejan ejercer. Sectores conservadores han pretendido que, según lo manifestó la ultraconservadora y designada senadora oficialista Ena Von Baer, las mujeres “prestamos el cuerpo” cual envase desechable al momento de concebir un hijo. No nos reconoce el derecho a decidir si queremos o no tenerlo.
La realidad de nuestra sociedad es que, cada cierto tiempo se producen discusiones bizantinas acerca de si se legisla o no sobre el derecho de las mujeres a abortar de manera segura. Quiéranlo o no el aborto es una realidad, con o sin ley que lo apruebe: quienes tienen dinero lo hacen en una clínica, quienes no, buscan solución con alguna partera del barrio que se “aplique” y le “solucione el problema”, con el riesgo latente de perder la vida.
Lo que molesta no es que, los adoradores del Opus Dei y los conservadores, tengan tantos hijos como Dios les manda, sino que pretendan imponer sus convicciones a todas las mujeres del país. Sin embargo estos “defensores” y defensoras de la vida que tanto dicen amparar, nada dijeron cuando en Chile se asesinaba y se hacía desaparecer a quienes se oponían a la dictadura, ni tampoco dicen nada cuando mueren mujeres con cáncer de mamas por falta de medicamentos; es que para ellos la vida tiene distinto valor, dependiendo de qué lado seas. Tampoco dicen nada, al contrario, justifican la represión ejercida por la policía militarizada que más de alguna muerte nos ha traído. Parece que su objetivo es convertir su verdad personal en verdad universal y, para colmo, son estos personajes quienes tienen la facultad de disponer en el parlamento sobre lo que podemos y debemos hacer.
Los sectores conservadores, la Iglesia y quienes no quieren salirse de libreto, no reconocen que las mujeres tenemos y debemos tener derechos sexuales y reproductivos.
No se trata de tirar hijos por el inodoro antojadizamente, pero no se puede permitir que se prohíba el aborto en el caso de embarazos que pongan en riesgo nuestra vida o si son producto de una violación; peor aún en embarazos que no llegarán a buen término porque el feto no sobrevivirá, y se le obligue a la mujer a esperar nueve meses para terminar con el calvario de tener la certeza de que no podrá amamantar ni abrazar a su hijo, es por decir lo menos, macabro.
En Chile se producen alrededor de 160.000 abortos al año, si abortas y te descubren puedes pasar hasta cinco años en la cárcel. Nacen miles de niños no deseados que al final vienen a engrosar las estadísticas de niños abandonados. Con la penalización del aborto están asegurando la reproducción y producción de mano de obra barata a la cual, el estado, educará deficientemente, asegurando así un subsidio a través del empleo, para quienes pagan sueldos miserables.
Quienes tienen en sus manos la posibilidad de decidir, deben hacerlo sin poner por delante sus convicciones, sino pensando en que las mujeres no somos ni un envase, ni alguien a quien la naturaleza le dio la tarea de ser reproductora y obligadamente debe, según la “designada” prestar el cuerpo.
Andrea Dufournel
Temuco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario