El Premio Nacional de Historia 2006 conversó con Bello Público en su oficina de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Chile. El académico habló de la crisis que vive el país y de las salidas del conflicto estudiantil. Con ustedes, Gabriel Salazar.
Por Romina Reyes
La secretaría advierte que el profesor se demora. Día a día son varios los estudiantes que se sientan a esperarlo afuera de la pequeña oficina que tiene en el departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, pero esta vez fue la excepción. Gabriel Salazar entra raudo por la puerta cargando un maletín. Se dirige a su oficina donde su vecino de escritorio, el profesor Pablo Artaza le anuncia que alguien lo espera.
“Ah, usted fue la que me escribió”, dice. Le confirmo mi identidad y sin más vuelve donde su secretaría a pedirle las llaves de una sala donde podremos conversar tranquilos. El llavero tiene una decena de llaves, por lo que hace falta probarlas todas antes de entrar a las oficinas que en otros días, se encuentran más pobladas. No podemos olvidar que la Facultad de Filosofía se encuentra en paro hace más de 3 meses. Y eso, de alguna manera, se hace sentir.
Una vez adentro, la secretaría aparece pidiéndole las llaves. Gabriel le pide que se las deje, que luego tendrá una reunión con unos alumnos. Al poco rato, ellos se asoman y se sientan afuera a esperar al profesor. El tiempo que Gabriel Salazar dispone es poco, por eso entramos de lleno a la conversación.
Actualmente, el conflicto estudiantil se ha dado en un contexto donde la clase política ha sido fuertemente cuestionada. ¿Es correcto hablar de una crisis representatividad política?
Estamos viviendo una profunda crisis de representación política, proceso que se viene dando de forma creciente yo diría desde más o menos los finales del gobierno de Eduardo Frei Ruíz-Tagle, y ha venido acrecentándose, porque en términos puramente estadísticos la confiabilidad y credibilidad que tiene la ciudadanía en las instituciones políticas y en los políticos ha venido cayendo en picada con mucha fuerza ya a partir del 2005, con el término del gobierno de Ricardo Lagos y el inicio del gobierno de Bachelet.
Pero esto va más allá de la aprobación a un presidente…
El Congreso Nacional, por ejemplo, en todas las encuestas que se han hecho a partir del 2005 apenas tiene un 15, 16% de confiabilidad y credibilidad ante a la ciudadanía. Entonces el Congreso tienen una representatividad promedio del 17%, que es un porcentaje muy bajo. El poder judicial tiene menos, 11 ó 12 %; los partidos políticos 8 ó 9% y los políticos 4% ó 5%. Estamos hablando de que no sólo los políticos, sino las instituciones del Estado y el Estado mismo están pasando por una crisis de pérdida de confiabilidad y credibilidad por parte de la ciudadanía. Entonces es una crisis de representación, pero suficientemente profunda para pensar al mismo tiempo que hay otras crisis también dentro del sistema que son tal vez más profundas aún, porque si uno deja de creer en algo no es sólo por un aspecto externo, sino por cuestiones más de fondo.
Sin embargo, aún cuando diagnosticamos una crisis, no hay inestabilidad democrática.
Es que hay que ser muy fino en el análisis, porque las crisis de los partidos políticos, incluso las crisis terminales nunca aparecen con el autoderrumbe del sistema. El sistema se defiende, y los que son beneficiados por el sistema -en este caso la clase política civil y la clase política militar- de una u otra manera nunca van a reconocer que hay crisis. Para defenderse de la crítica y de la acción corrosiva que les lanza encima la sociedad civil, ellos tienen aparatos de defensa que son las leyes que defienden la estabilidad, y defienden de los eventuales cambios que le introduzcan al sistema. Son las leyes de defensa permanente de la democracia: la Ley de Seguridad del Estado o la Ley Antiterrorista, que son todas leyes que procuran impedir que la crisis produzca el colapso. Por eso las crisis de los sistemas se pueden alargar al infinito, de ahí que el tema de la crisis en última instancia hay que referirlo al otro actor de la crisis. En la crisis hay dos actores: un sistema que se corroe, se corrompe y entra en crisis objetiva y por otro lado, el único poder capaz de darle fin a ese Estado que está en crisis. Y ese poder es la ciudadanía.
MOVIMIENTO CIUDADANO
Hoy estamos viviendo un movimiento social muy fuerte, pero se considera que aún el movimiento no penetra por completo a la sociedad, ya que es una lucha de la clase media. ¿Cómo ve eso?
Hay varios problemas que se cruzan. Hay que tomar en cuenta que cuando surgen movimientos sociales frente a una crisis y estos movimientos se plantean cambiar el sistema en su totalidad, normalmente lo que ha ocurrido es que el sistema reacciona, reprime el movimiento y lo aplasta. Más encima construye un discurso post-mortem, donde los vencedores explican el por qué de su triunfo y lo establece como verdad oficial, historia oficial y queda en los textos escolares. Entonces fueron los subversivos, fueron los anarquistas, fueron los antisociales, los desquiciadores del sistema. Eso ha ocurrido siempre. Cada vez que la ciudadanía ha intentado cambiar un sistema porque le parece que está agotado ha sido reprimida. No tenemos memoria ni experiencia ni sabiduría para cambiar un sistema enfermo. Por eso no sabemos exactamente qué hacer; y cuando esto está ocurriendo, por un lado pasa un largo periodo en que estás descontento con el sistema, y lo críticas, pero no haces nada. Y cuando llevamos 40 años ya con esto, te comienzas a organizar, pero lo normal es que la ciudadanía, como no tiene experiencia en cambiar al Estado, reacciona sólo como un movimiento de masa. Desfila por las calles, protesta, levanta el puño, saca carteles grita, cacerolea. Pero eso es movimiento de masa y la masa siempre sale a protestar, a pedir, a exigir. Y en el mejor de los casos para forzar al gobierno o negociar con ellos. Pero un movimiento de masa no es lo mismo que un movimiento ciudadano.
¿Cuál es la diferencia?
Un movimiento ciudadano ejerce soberanía, porque ahí está la soberanía. La soberanía no radica en el Estado, no radica en la ley, no en la justicia, menos en los partidos políticos. Radica en la ciudadanía, pero lo que pasa es que en Chile la ciudadanía no ha aprendido a ser soberana. Le enseñaron a ser solo masa que pide y patalea en las calles y protesta y rompe cosas. Por eso que este movimiento actual se caracteriza porque tiene aún restos de movimiento de masa: marchas, concentraciones que han sido bastante importantes, etc. Lo diferente está que en las masas por ejemplo que nos movilizamos en los ’50, ’60 y ‘70 se movieron porque fueron dirigidas, vanguardizadas por caudillos, por partidos políticos, por presidentes o por el Estado. Pero hoy no. Este no es solo movimiento de masa, porque no está siguiendo a una vanguardia de partidos políticos ni nada. Se automueve sola y está pidiendo cosas, proponiendo cambios importantes en el sistema pero a la vez hay un proceso que es muy importante, un proceso de deliberación. La masa no delibera. La masa social está en la calle, saltando, brincando. Le tiran discursos encima, le dan instrucciones, pero no delibera. En cambio, estos movimientos sí. Sobre todo los estudiantes que tienen sus asambleas de base y ahí deliberan. Y tienen sólo voceros, sobre todo los estudiantes.
¿Entonces es como una mezcla de movimiento ciudadano y movimiento de masa?
Este movimiento tiene de ciudadano el hecho de que delibere, de que no tenga conducción político-partidista y que esté pidiendo cosas pero a la vez deliberando y proponiendo. La ciudadanía propone e impone, porque es soberana, por eso este movimiento ciudadano tiene dos caras: la vieja cara de las masas que peticionan, dialogan y negocian; y el de la masa que sólo reclama. El movimiento estudiantil, junto al movimiento de pobladores, está deliberando y está proponiendo cambios profundos. Pero no sólo en educación, también con otros problemas. Entonces en ese sentido hay un movimiento ciudadano que está apuntando más lejos. Estamos dentro de un movimiento mixto, medio híbrido.
Hace algún tiempo, el analista político Patricio Navia opinó que el movimiento social actual no pedía cambios profundos en el sistema, sino que sólo mayor participación. ¿Qué opina usted?
Esto tiene que ver con qué tipo de cultura social se ha desarrollado en Chile en los últimos 40 años. La cuestión fundamental que hay aquí es que lo que hizo Pinochet fue destruir el Estado populista. Lo des-socializó, lo despopularizó y lo redujo al mínimo. Quedó convertido en un Estado estrictamente neoliberal que es un Estado prácticamente pilucho, absolutamente reducido casi sin poder real de nada que no sea el poder militar. Entonces como quien dice todo el Estado lo alejó, lo metió en la globalización y ahí lo diluyó. Y por el otro lado nos dejó solos, a la ciudadanía y a la clase popular. O sea, sin Estado, sin Estado protector, sin Estado social benefactor. Metió al medio el mercado, y ni siquiera el mercado nacional, el mercado global. Entonces la ciudadanía desde el ‘73 ha tenido que arreglárselas sola, con un Estado que no la protege ni la ayuda y un mercado que trata de integrarla pero en las condiciones usureras que le pone el mercado. O sea, no es amigo, no tiene nada de populista.
Pero al parecer, la organización ciudadana está de regreso.
Cuando son 40 años que se va acumulando una cultura de este tipo lo que aprende la ciudadanía -sobre todo las mujeres de población y los jóvenes de ahora- es a participar activamente en resolver los problemas localmente. Por eso que se han formado estas asambleas territoriales, ha habido huelgas de ciudades enteras y de regiones enteras. Eso es es un fenómeno mundial. Qué quiero decir con eso: es cierto. La gente quiere participar, pero no es que este participando a la cola de grandes políticas nacionales. Está participando en proyectos que ella misma elabora, lo local desafiando cada vez más lo global, porque el conflicto no es de una clase social o entre una comunidad y el Estado nacional, es entre las comunidades locales versus la globalización.
¿De qué manera puede entonces la ciudadanía acceder a mayor participación?
Hay que perder de vista un poco el tema de que el Estado coincide con la acción. Ese concepto está poco a poco deteriorándose por la disolución del Estado nacional en la globalización. En casos de Estados liberales como el chileno -o bien en términos de que el Estado se entiende a sí mismo como Estado liberal- no responde a una población que se ha empoderado a un nivel en que casi no necesita del Estado. Por ejemplo, el movimiento de los Sin Tierra: ellos no necesitan el Estado. Negocian con ellos, lo chantajean y lo friccionan, porque ellos ya son autosuficientes. Por eso que teóricamente hay que ajustar un poco las ideas a esta nueva realidad y por eso los movimientos sociales caminan un poco en esa dirección y en Chile también.
LOS PARTIDOS POLÍTICOS
¿Cree que el actual movimiento estudiantil podría derivar en un partidos politicos o algo similar?
Los partidos políticos, cuando se habla en plural, como partidos políticos, suponemos que hay un mercado de partidos políticos que compiten entre sí no y eso es propio y exclusivo del estado liberal. El Estado liberal se caracteriza porque admite corrientes de opinión y competencias dentro de sí. Para eso está el Congreso nacional, ahí todos parlotean, cada uno pa’ su santo. Pero en las asambleas de estudiantes no tienen sentido los partidos. Están todos cara a cara discutiendo un problema, entonces ahí el consejo, la asamblea, la local, la regional y de ahí pa’ arriba, reemplaza al partido.
¿Cómo vislumbra la salida al conflicto estudiantil?
Si la crisis se resuelve -por ejemplo- con una negociación donde Piñera cede un 40%, el movimiento otro 40%, el modelo neoliberal seguirá intacto. En ese caso los partidos también y este movimiento va a tener que acomodarse entre los partidos existentes o intentar inventar algún otro al margen, como ME-O quien lo ha intentado sin éxito. Eso ha ocurrido, pero el modelo sigue igual, ganó la pelea. Yo diría que el destino del movimiento estudiantil si va a triunfar en esta crisis, su destino consiste en aliarse con otros actores sociales para en conjunto imponer una solución soberana a través de una asamblea constituyente o algo por el estilo. Y ese proyecto significa que la vigencia de los partidos se suspende por mucho tiempo, porque el acuerdo de los actores sociales entre sí, una coordinadora, una asamblea, cualquiera que sea la organización no requiere de partidos, porque cada movimiento se basa en asambleas y arriba se unen todos en otra asamblea y ahí pueden hacer muchas cosas y no requieren partido.
¿La educación podría ser, entonces, la punta de lanza de muchas otras demandas?
Yo creo que si el movimiento estudiantil -que no es sólo uno, son dos: universitarios y secundarios-, se une con los trabajadores, profesores, empleados públicos y pobladores, pueden armar un poderoso movimiento de actores sociales que nadie va a tener ánimo de pararlo, porque es la mayoría de la población.
Fuente:bellopublico.cl
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