sábado, 2 de julio de 2011

¿Una nueva sociedad o un tsunami social y ecológico?


Leonardo Boff es un teólogo, filósofo y escritor nacido en Concordia, Estado de Santa Catarina, Brasil Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino. En 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el ya cardenal Ratzinger (hoy Papa Benedicto XVI) le silenció por un año por su libro La Iglesia, Carisma y Poder, que estaba en contra de la Doctrina de la Iglesia Católica. Ha trabajado como profesor en los campos de teología, ética y filosofía en Brasil, además de dar conferencias en muchas universidades en el extranjero, como Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín. Ha escrito más de 100 libros, traducidos a muchas lenguas. En 1997, el Parlamento Sueco le otorgó el premio Right Livelihood

En mi último artículo lancé la idea, sustentada por minorías, de que estamos ante una crisis sistémica y terminal del capitalismo, y no es una crisis cíclica. Dicho en otras palabras: las condiciones para su reproducción han sido destrozadas, sea porque los bienes y servicios que puede ofrecer han llegado al límite por la devastación de la naturaleza, sea por la desorganización radical de las relaciones sociales, dominadas por una economía de mercado en la que predomina el capital financiero. La tendencia dominante es pensar que se puede salir de la crisis, volviendo a lo que había antes, con pequeñas correcciones, garantizando el crecimiento, recuperando empleo y asegurando ganancias. Por lo tanto, los negocios continuarán as usual.
Las mil millonarias intervenciones de los Estados industriales salvaron los bancos y evitaron el derrumbe del sistema, pero no han transformado el sistema económico. Peor aún, las inyecciones estatales facilitaron el triunfo de la economía especulativa sobre la economía real. La primera es considerada el principal desencadenador de la crisis, al estar comandada por verdaderos ladrones que ponen su enriquecimiento por encima del destino de los pueblos, como se ha visto ahora en Grecia. La lógica del enriquecimiento máximo está corrompiendo a los individuos, destruyendo las relaciones sociales y castigando a los pobres, acusados de dificultar la implantación del capital. Se mantiene la bomba con su espoleta. El problema es que cualquiera podría encender la espoleta. Muchos analistas se preguntan con miedo: ¿el orden mundial sobreviviría a otra crisis como la que hemos tenido?
El sociólogo francés Alain Touraine asegura en su reciente libro Después de la crisis (Paidós 2011): la crisis o acelera la formación de una nueva sociedad o se vuelve un tsunami, que podrá arrasar todo lo que encuentre a su paso, poniendo en peligro mortal nuestra propia existencia en el planeta Tierra (p. 49.115). Razón de más para sostener la tesis de que estamos ante una situación terminal de este tipo de capital. Se impone con urgencia pensar en valores y principios que puedan fundar un nuevo modo de habitar la Tierra, organizar la producción y la distribución de los bienes, no sólo para nosotros (hay que superar el antropocentrismo) sino para toda la comunidad de vida. Este fue el objetivo al elaborar la Carta de la Tierra, animada por M. Gorbachev que, como ex-jefe de Estado de la Unión Soviética, conocía los instrumentos letales disponibles para destruir hasta la última vida humana, como afirmó en varias reuniones.
Aprobada por la UNESCO en 2003, la Carta de la Tierra contiene efectivamente «principios y valores para un modo de vida sostenible, como criterio común para individuos, organizaciones, empresas y gobiernos». Urge estudiarla y dejarse inspirar por ella, sobre todo ahora, en la preparación de la Río+20.
Nadie puede prever lo que vendrá después de la crisis. Solo se presentan insinuaciones. Todavía estamos en la fase de diagnóstico de sus causas profundas. Lamentablemente son sobre todo los economistas quienes hacen los análisis de la crisis y menos los sociólogos, antropólogos, filósofos y estudiosos de las culturas. Lo que va quedando claro es lo siguiente: ha habido una triple separación: el capital financiero se desenganchó de la economía real; la economía en su conjunto, de la sociedad; y la sociedad en general, de la naturaleza. Y esta separación ha creado tal polvareda que ya no vemos los caminos a seguir.
Los “indignados” que llenan las plazas de algunos países europeos y del mundo árabe, están poniendo el sistema en jaque. Es un sistema malo para la mayoría de la humanidad. Hasta ahora eran víctimas silenciosas, pero ahora gritan fuerte. No sólo buscan empleo, reclaman principalmente derechos humanos fundamentales. Quieren ser sujetos, es decir, actores de otro tipo de sociedad en la que la economía esté al servicio de la política y la política al servicio del bien vivir, de las personas entre sí y con la naturaleza. Seguramente no basta querer. Se impone una articulación mundial, la creación de organismos que hagan viable otro modo de convivir, y una representación política ligada a los anhelos generales y no a los intereses del mercado. Hay que reconstruir la vida social.
Por mi parte veo indicios en muchas partes del surgimiento de una sociedad mundial ecocentrada y biocentrada. Su eje será el sistema-vida, el sistema-Tierra y la Humanidad. Todo debe centrarse en esto. De no ser así, difícilmente evitaremos un posible tsunami ecológico-social.

  En mi último artículo lancé la idea, sustentada por minorías, de que estamos ante una crisis sistémica y terminal del capitalismo, y no es una crisis cíclica. Dicho en otras palabras: las condiciones para su reproducción han sido destrozadas, sea porque los bienes y servicios que puede ofrecer han llegado al límite por la devastación de la naturaleza, sea por la desorganización radical de las relaciones sociales, dominadas por una economía de mercado en la que predomina el capital financiero. La tendencia dominante es pensar que se puede salir de la crisis, volviendo a lo que había antes, con pequeñas correcciones, garantizando el crecimiento, recuperando empleo y asegurando ganancias. Por lo tanto, los negocios continuarán as usual.
Las mil millonarias intervenciones de los Estados industriales salvaron los bancos y evitaron el derrumbe del sistema, pero no han transformado el sistema económico. Peor aún, las inyecciones estatales facilitaron el triunfo de la economía especulativa sobre la economía real. La primera es considerada el principal desencadenador de la crisis, al estar comandada por verdaderos ladrones que ponen su enriquecimiento por encima del destino de los pueblos, como se ha visto ahora en Grecia. La lógica del enriquecimiento máximo está corrompiendo a los individuos, destruyendo las relaciones sociales y castigando a los pobres, acusados de dificultar la implantación del capital. Se mantiene la bomba con su espoleta. El problema es que cualquiera podría encender la espoleta. Muchos analistas se preguntan con miedo: ¿el orden mundial sobreviviría a otra crisis como la que hemos tenido?
El sociólogo francés Alain Touraine asegura en su reciente libro Después de la crisis (Paidós 2011): la crisis o acelera la formación de una nueva sociedad o se vuelve un tsunami, que podrá arrasar todo lo que encuentre a su paso, poniendo en peligro mortal nuestra propia existencia en el planeta Tierra (p. 49.115). Razón de más para sostener la tesis de que estamos ante una situación terminal de este tipo de capital. Se impone con urgencia pensar en valores y principios que puedan fundar un nuevo modo de habitar la Tierra, organizar la producción y la distribución de los bienes, no sólo para nosotros (hay que superar el antropocentrismo) sino para toda la comunidad de vida. Este fue el objetivo al elaborar la Carta de la Tierra, animada por M. Gorbachev que, como ex-jefe de Estado de la Unión Soviética, conocía los instrumentos letales disponibles para destruir hasta la última vida humana, como afirmó en varias reuniones.
Aprobada por la UNESCO en 2003, la Carta de la Tierra contiene efectivamente «principios y valores para un modo de vida sostenible, como criterio común para individuos, organizaciones, empresas y gobiernos». Urge estudiarla y dejarse inspirar por ella, sobre todo ahora, en la preparación de la Río+20.
Nadie puede prever lo que vendrá después de la crisis. Solo se presentan insinuaciones. Todavía estamos en la fase de diagnóstico de sus causas profundas. Lamentablemente son sobre todo los economistas quienes hacen los análisis de la crisis y menos los sociólogos, antropólogos, filósofos y estudiosos de las culturas. Lo que va quedando claro es lo siguiente: ha habido una triple separación: el capital financiero se desenganchó de la economía real; la economía en su conjunto, de la sociedad; y la sociedad en general, de la naturaleza. Y esta separación ha creado tal polvareda que ya no vemos los caminos a seguir.
Los “indignados” que llenan las plazas de algunos países europeos y del mundo árabe, están poniendo el sistema en jaque. Es un sistema malo para la mayoría de la humanidad. Hasta ahora eran víctimas silenciosas, pero ahora gritan fuerte. No sólo buscan empleo, reclaman principalmente derechos humanos fundamentales. Quieren ser sujetos, es decir, actores de otro tipo de sociedad en la que la economía esté al servicio de la política y la política al servicio del bien vivir, de las personas entre sí y con la naturaleza. Seguramente no basta querer. Se impone una articulación mundial, la creación de organismos que hagan viable otro modo de convivir, y una representación política ligada a los anhelos generales y no a los intereses del mercado. Hay que reconstruir la vida social.
Por mi parte veo indicios en muchas partes del surgimiento de una sociedad mundial ecocentrada y biocentrada. Su eje será el sistema-vida, el sistema-Tierra y la Humanidad. Todo debe centrarse en esto. De no ser así, difícilmente evitaremos un posible tsunami ecológico-social.

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