Por Julio Berdegué
Chile es el cuarto país con mayor desigualdad de ingreso en la región más inequitativa del planeta. Increíblemente, el problema no ha sido materia de política pública desde el retorno a la democracia, y la tendencia general ha sido a quedarse muy satisfechos, y sentir que hemos hecho la tarea porque efectivamente se ha reducido la pobreza en un grado importante. El consenso de las élites es que la desigualdad se combate con mejor educación. Sin duda la igualdad de oportunidades en materia de educación es uno de los grandes cimientos de las sociedades más equitativas (y, no casualmente, más desarrolladas) del planeta, como es el caso de los países nórdicos.
Aceptando sin conceder que se logre en un plazo razonable de tiempo ofrecer educación de buena calidad a todos los niños y jóvenes de Chile, lo que no entiendo es cómo esa fórmula resuelve la tremenda, la enorme desigualdad en la distribución de la riqueza para llegar, no al nivel de Dinamarca o Suecia, pero sí al de Portugal o Grecia, que son los más modestos referentes que utiliza el Presidente Piñera como "umbral de desarrollo". El remedio ofrecido, la buena educación, no parece proporcional a la gravedad de la enfermedad.
La fórmula de la equidad de la educación tiene la gracia de colocar la mirada exclusivamente del lado de las personas que viven en condición de pobreza. Para disminuir la desigualdad hay que mejorar los ingresos de los pobres, y eso se logra con educación. Una verdad a medias. ¿No hay nada que hacer del otro lado de la curva de distribución de ingreso, es decir, del lado, no de los ricos, sino de los extremadamente ricos? Al final del día, los países con los que nos gusta compararnos, no solo tienen mucho menos pobres, sino que también bastante menos extremadamente ricos. Esto, proporcionalmente al tamaño de su población.
En Chile tenemos cuatro multi-billonarios en dólares, según el ranking de la revista Forbes. Tres de ellos dentro de los top 100. De menor a mayor: el Presidente de la República ($2,4 billones de dólares), los hermanos Matte ($10,4 billones), Horst Paulmann y su familia ($10, 5 billones) y la familia Luksic ($19,2 billones). Cuatro familias tienen una fortuna personal de $ 42,5 billones de dólares. Los cuatro países Nórdicos, con una población total de 25 millones de personas y un Producto Interno Bruto (ajustado por poder de compra) cuatro veces mayor que el de Chile, tienen el mismo número de familias que Chile en la lista Forbes de los 100 más ricos multi-billonarios. No es que sean rascas: es que son desarrollados.
La fortuna de estas cuatro distinguidas familias chilenas equivale al ingreso anual del 80% de la población de Chile. Sí, 80%. ¿Difícil de creer? Saque usted las cuentas, los datos están en Forbes.com, y en los resultados del ingreso por decíles de la encuesta CASEN en la página web de MIDEPLAN.
La verdad es que vamos a necesitar una educación muy buena para reducir solo por esa vía la gigantesca brecha de ingreso, hasta llegar a niveles compatibles con los de un país desarrollado. Alternativamente, hay que pensar en serio en políticas de equidad. Vale decir, en una estrategia que no dependa exclusivamente de la educación, y que incluya además políticas laborales que den real poder de negociación a los sindicatos, en políticas fiscales que limiten la extrema acumulación de la riqueza, en políticas contra la desigualdad de género y de etnia, y en políticas de cohesión territorial, es decir, de equidad de oportunidades entre regiones. Se trata entonces de una mesa con cinco patas, y no solo con una, por mucho que la igualdad de oportunidades educacionales sea esencial. Si no, Chile llegará a ser un país rico, pero no desarrollado. ¿O es que alguien sinceramente puede creer que Chile será un país desarrollado con este nivel de extrema concentración de la riqueza?
Fuente: elquintopoder.
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