Por: Manuel Riesco.
El país ha apreciado un cambio político de significación: el Presidente ejerce su cargo con autoridad. No tiene que ver con la forma como lo hace. En eso se ha retrocedido respecto de sus cuatro predecesores. Sencillamente éste la tiene y aquellos carecían de ella. Al menos en grado suficiente. La autoridad se puede alcanzar de muchas maneras, pero jamás de regalo. Quién la concede fija sus límites. Los gobiernos de la Concertación obtuvieron la suya por cesión de los llamados poderes fácticos. A condición de dividir al movimiento popular y moderar la transición. En lugar de unirlo para derrotarlos y hacer lo que había que hacer. Lo cual estaba al alcance de la mano. Fue su pecado original. Ahora es el momento de construir esa unidad y lograr una victoria de verdad. Para que el próximo Presidente o Presidenta alcance la autoridad necesaria para realizar los cambios que el país requiere.
La autoridad se confunde muchas veces con las formas de ejercerla. Éstas pueden ser mejores o peores. Compasivas o brutales, sutiles o groseras, serenas o impetuosas, reflexivas o impulsivas, respetuosas de las normas o arbitrarias, femeninas o masculinas. O una combinación de todas las anteriores y varias más, según lo exijan las circunstancias. Todas ellas se conforman según el balance de sus dos componentes esenciales: la razón y la fuerza. Cualquiera sabe que, aparte de más tolerables y quizás por ello, las primeras resultan superiores y más duraderas.
La manera como Piñera ha ejercido la autoridad presidencial deja mucho que desear y es poco lo que le ha resarcido. Más bien al revés, como muchos le han criticado, especialmente sus partidarios. Los presidentes de la Concertación le dejaron la vara muy alta. Brilló especialmente la forma serena, sencilla y efectiva de ejercicio del poder del Presidente Aylwin, la que resaltaba por contraste con las abominables de su antecesor. Frei lo ejerció con singular decencia. Lagos era más rimbombante, pero le dio a la presidencia un cierto realce. Probablemente, la que más destacó fue la Presidenta Bachelet. Ella demostró a un país todavía encantado porqué el estilo femenino secular de ejercicio de la autoridad ha resultado siempre más efectivo. Al lado de todos ellos, Piñera parece un niño hiperkinético con juguete nuevo. Más bien insoportable y potencialmente tan peligroso como cruzar una avenida llena de tráfico, a la carrera y a mitad de cuadra.
Las buenas o malas maneras en el ejercicio de la autoridad pueden enaltecerla o hacerla irritante, pero es poca la que otorgan o quitan. Son muchos los caminos diferentes en que se adquiere autoridad, pero entre todos ellos no se consideran ni la herencia ni el regalo. El heredero que no vuelve a recorrer el mismo camino que la construyó en primer lugar, terminará dilapidándola. El que la recibe de regalo queda a merced de quién se la ha otorgado.
Esto último es precisamente lo que sucedió con los gobiernos de la Concertación. Recibieron su autoridad no como premio por haber conducido un movimiento popular victorioso que derrotase a la dictadura e impusiera su programa de reformas. Muy por el contrario, sus principales dirigentes la obtuvieron como resultado de un pacto con los militares, el gran empresariado, la Iglesia y los partidos políticos de derecha. Con el padrinazgo de los EE.UU. y algunos países europeos que medraban en el trasfondo. A cambio, aceptaron dividir el poderoso movimiento anti-dictatorial, desmovilizar al pueblo y moderar la transición, dejando intactos los pilares del llamado modelo Neoliberal.
Hay que decir al respecto y en su favor que la culpa no es del chancho. En este caso quien le dio el afrecho fue el grave error del sector más avanzado y aguerrido de la resistencia anti-dictatorial, que atravesado por sus propias pugnas internas no logró girar a tiempo para evitar quedar aislado.
La responsabilidad de todos los actores de entonces no es menor, porque la victoria estaba al alcance de la mano. Incluso en las elecciones de 1989, si la Concertación y el partido PAIS hubiesen logrado conformar una lista única, lo que no estuvo lejos de ocurrir, la derecha prácticamente hubiese quedado fuera del parlamento. Se podría haber cambiado la Constitución sin problemas y enfrentado la transición igualmente con pausa y cautela, pero con autoridad de veras.
Quién concede pone los límites. En este caso, les instalaron un Procónsul, completo, con su guardia pretoriana y todo. El Presidente podía ejercer de Rey, pero el que mandaba en las cuestiones fundamentales era el Ministro de Hacienda. Su guardia de tecnócratas tenía mucho más poder que el ejército del Rey, que eran los partidos políticos. Estos últimos quedaron reducidos a maquinarias para ganar las elecciones y punto. Ni cortaban ni pinchaban. Un espectáculo de deterioro lamentable que no va a ser fácil revertir. El poder del Procusul y sus guardias nunca viene de ellos mismos, siempre se origina en la sombra del ejército imperial que está allá afuera. En este caso, de los conocidos de siempre.
Esto ha quedado ahora completamente al desnudo. Como se dice, en pelotas. ¿Que se fizo el Ministro de Hacienda? Es un muy buen Ministro y puede que resulte hasta más progresista y bien inspirado que sus cuatro antecesores, pero todo eso le sirve de bien poco. Y sus tecnóccratas ¿que se ficieron? Este gobierno no necesita de Procónsul ni Guardia Pretoriana. Bien o mal, el poder lo ejerce el Rey y punto.
El contraste con los anteriores es impresionante. Todo el país tendrá grabado por mucho tiempo en la retina el espectáculo lamentable de una Presidenta saliente completamente inerme frente a la furia de los elementos y las limitaciones impuestas a su cargo. En ambos casos, bien poca responsabilidad le cupo a ella en el asunto, pero así quedó para la foto. El negativo de la imagen de Piñera moviendo con energía y destreza todos los hilos del poder real para rescatar a los mineros. Del cielo a la tierra, como quien dice.
Para que decir con el asunto de la termoeléctrica. De un solo telefonazo, saltándose todas las normas, Piñera volteó una central térmica y abrió el país a la energía nuclear. Protegió a los pingüinos de su campo de buceo, que estaban a 25 kilómetros de distancia. Por contraste, sus antecesores permitieron la construcción no de una sino de tres centrales térmicas, a cero kilómetros, en la playa misma que durante un siglo fue una de las pocas cosas hermosas que pudieron disfrutar los sufridos mineros de la ciudad de Coronel.
Es un buen símbolo: en los gobiernos de la Concertación los empresarios hacían lo que querían y los Presidentes muy bien gracias. Lo mismo ocurrió con el cobre, las AFP, la educación, los concesionarios del Transantiago y suma y sigue. En el fondo, por eso perdió la Concertación. El asunto no daba para más. No hay ninguna posibilidad de volver al pasado. La transición se terminó y la Concertación como era, también. No hay vuelta que darle.
Es el momento de enmendar el error cometido y construir un amplio movimiento, que incluya desde luego a todos los partidos de la Concertación y a todos sus grandes líderes. También a la izquierda fuera de ella y a quien quiera sumarse, que los habrá también desencatados con el gobierno de derechas. Hay que levantar un programa decidido de transformaciones y luchar por él desde ahora, desde la oposición al gobierno de Piñera. Llevar una lista única y ganar las alcaldías y luego un candidato y lista única y ganar la presidencia y la mayoría del parlamento.
Se acabaron los acuerdos, ahora se trata de lograr una mayoría capaz de hacer lo que hay que hacer. Se acabaron los procónsules y tecnócratas, es el tiempo de los partidos y las amplias y firmes alianzas políticas.
Esta vez, vamos a ganar de verdad. Todos juntos vamos a ejercer la autoridad conquistada. Con muy buenas maneras además. Al todo el país le va a venir muy bien.
Fuente: mriesco-politica.blogspot.comLa autoridad se confunde muchas veces con las formas de ejercerla. Éstas pueden ser mejores o peores. Compasivas o brutales, sutiles o groseras, serenas o impetuosas, reflexivas o impulsivas, respetuosas de las normas o arbitrarias, femeninas o masculinas. O una combinación de todas las anteriores y varias más, según lo exijan las circunstancias. Todas ellas se conforman según el balance de sus dos componentes esenciales: la razón y la fuerza. Cualquiera sabe que, aparte de más tolerables y quizás por ello, las primeras resultan superiores y más duraderas.
La manera como Piñera ha ejercido la autoridad presidencial deja mucho que desear y es poco lo que le ha resarcido. Más bien al revés, como muchos le han criticado, especialmente sus partidarios. Los presidentes de la Concertación le dejaron la vara muy alta. Brilló especialmente la forma serena, sencilla y efectiva de ejercicio del poder del Presidente Aylwin, la que resaltaba por contraste con las abominables de su antecesor. Frei lo ejerció con singular decencia. Lagos era más rimbombante, pero le dio a la presidencia un cierto realce. Probablemente, la que más destacó fue la Presidenta Bachelet. Ella demostró a un país todavía encantado porqué el estilo femenino secular de ejercicio de la autoridad ha resultado siempre más efectivo. Al lado de todos ellos, Piñera parece un niño hiperkinético con juguete nuevo. Más bien insoportable y potencialmente tan peligroso como cruzar una avenida llena de tráfico, a la carrera y a mitad de cuadra.
Las buenas o malas maneras en el ejercicio de la autoridad pueden enaltecerla o hacerla irritante, pero es poca la que otorgan o quitan. Son muchos los caminos diferentes en que se adquiere autoridad, pero entre todos ellos no se consideran ni la herencia ni el regalo. El heredero que no vuelve a recorrer el mismo camino que la construyó en primer lugar, terminará dilapidándola. El que la recibe de regalo queda a merced de quién se la ha otorgado.
Esto último es precisamente lo que sucedió con los gobiernos de la Concertación. Recibieron su autoridad no como premio por haber conducido un movimiento popular victorioso que derrotase a la dictadura e impusiera su programa de reformas. Muy por el contrario, sus principales dirigentes la obtuvieron como resultado de un pacto con los militares, el gran empresariado, la Iglesia y los partidos políticos de derecha. Con el padrinazgo de los EE.UU. y algunos países europeos que medraban en el trasfondo. A cambio, aceptaron dividir el poderoso movimiento anti-dictatorial, desmovilizar al pueblo y moderar la transición, dejando intactos los pilares del llamado modelo Neoliberal.
Hay que decir al respecto y en su favor que la culpa no es del chancho. En este caso quien le dio el afrecho fue el grave error del sector más avanzado y aguerrido de la resistencia anti-dictatorial, que atravesado por sus propias pugnas internas no logró girar a tiempo para evitar quedar aislado.
La responsabilidad de todos los actores de entonces no es menor, porque la victoria estaba al alcance de la mano. Incluso en las elecciones de 1989, si la Concertación y el partido PAIS hubiesen logrado conformar una lista única, lo que no estuvo lejos de ocurrir, la derecha prácticamente hubiese quedado fuera del parlamento. Se podría haber cambiado la Constitución sin problemas y enfrentado la transición igualmente con pausa y cautela, pero con autoridad de veras.
Quién concede pone los límites. En este caso, les instalaron un Procónsul, completo, con su guardia pretoriana y todo. El Presidente podía ejercer de Rey, pero el que mandaba en las cuestiones fundamentales era el Ministro de Hacienda. Su guardia de tecnócratas tenía mucho más poder que el ejército del Rey, que eran los partidos políticos. Estos últimos quedaron reducidos a maquinarias para ganar las elecciones y punto. Ni cortaban ni pinchaban. Un espectáculo de deterioro lamentable que no va a ser fácil revertir. El poder del Procusul y sus guardias nunca viene de ellos mismos, siempre se origina en la sombra del ejército imperial que está allá afuera. En este caso, de los conocidos de siempre.
Esto ha quedado ahora completamente al desnudo. Como se dice, en pelotas. ¿Que se fizo el Ministro de Hacienda? Es un muy buen Ministro y puede que resulte hasta más progresista y bien inspirado que sus cuatro antecesores, pero todo eso le sirve de bien poco. Y sus tecnóccratas ¿que se ficieron? Este gobierno no necesita de Procónsul ni Guardia Pretoriana. Bien o mal, el poder lo ejerce el Rey y punto.
El contraste con los anteriores es impresionante. Todo el país tendrá grabado por mucho tiempo en la retina el espectáculo lamentable de una Presidenta saliente completamente inerme frente a la furia de los elementos y las limitaciones impuestas a su cargo. En ambos casos, bien poca responsabilidad le cupo a ella en el asunto, pero así quedó para la foto. El negativo de la imagen de Piñera moviendo con energía y destreza todos los hilos del poder real para rescatar a los mineros. Del cielo a la tierra, como quien dice.
Para que decir con el asunto de la termoeléctrica. De un solo telefonazo, saltándose todas las normas, Piñera volteó una central térmica y abrió el país a la energía nuclear. Protegió a los pingüinos de su campo de buceo, que estaban a 25 kilómetros de distancia. Por contraste, sus antecesores permitieron la construcción no de una sino de tres centrales térmicas, a cero kilómetros, en la playa misma que durante un siglo fue una de las pocas cosas hermosas que pudieron disfrutar los sufridos mineros de la ciudad de Coronel.
Es un buen símbolo: en los gobiernos de la Concertación los empresarios hacían lo que querían y los Presidentes muy bien gracias. Lo mismo ocurrió con el cobre, las AFP, la educación, los concesionarios del Transantiago y suma y sigue. En el fondo, por eso perdió la Concertación. El asunto no daba para más. No hay ninguna posibilidad de volver al pasado. La transición se terminó y la Concertación como era, también. No hay vuelta que darle.
Es el momento de enmendar el error cometido y construir un amplio movimiento, que incluya desde luego a todos los partidos de la Concertación y a todos sus grandes líderes. También a la izquierda fuera de ella y a quien quiera sumarse, que los habrá también desencatados con el gobierno de derechas. Hay que levantar un programa decidido de transformaciones y luchar por él desde ahora, desde la oposición al gobierno de Piñera. Llevar una lista única y ganar las alcaldías y luego un candidato y lista única y ganar la presidencia y la mayoría del parlamento.
Se acabaron los acuerdos, ahora se trata de lograr una mayoría capaz de hacer lo que hay que hacer. Se acabaron los procónsules y tecnócratas, es el tiempo de los partidos y las amplias y firmes alianzas políticas.
Esta vez, vamos a ganar de verdad. Todos juntos vamos a ejercer la autoridad conquistada. Con muy buenas maneras además. Al todo el país le va a venir muy bien.
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